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Los tratan con la mayor dureza; el que no está lleno de chichones tiene alguna cicatriz agusanada.

Es lo que sacan cuando se acercan á algún fogón ó cuando al carnear una res se arriman tímidamente á ella para chupar siquiera la sangre que riega el suelo.

Las chinas son las que tienen alguna compasión de ellos. Son sus compañeros inseparables. Van al montey al agua con ellas; con ellas recogen el ganado; y al lado de ellas duermen.

A los indios no los siguen jamás.

En mi fogón se dieron una panzada que debe haber hecho época entre ellos.

En esta hora deben estar cantando con himnos caninos, y en el mismo bronco lenguaje con que ladran á la luna, por no decir adoran, la generosidad y espléndida magnificencia de unas gentes extrañas, que anduvieron por allí, con caras desconocidas, vistiendo trajes que no habían visto jamás y hablando un idioma ininteligible, aunque agradable á su oído.

Amaneció.

Nos dimos los buenos días con los franciscanos, nos levantamos, tomamos mate y nos preparamos para ecibir visitas que no tardaron en llegar.

Mi compadre Baigorrita se había bañado muy temprano, y descalzo y con los calzoncillos arrollados sobre la rodilla y las mangas de la camisa arremangadas, atusaba un caballo que estaba en el palenque.

Me acerqué á él, le saludé, y sin interrumpir su faena me contestó con una sonrisa afable, haciéndome decir con Juan de Dios San Martín que andaba por ahí: «Que estuviera á gusto, que aquella era ini casa.

Le contesté dándole las gracias.

Y, pegando el último tijeretazo, me invitó á pasar á su toldo.

Acepté, y entramos en él.

UNA EXCURSIÓN 5.—TOMO II