Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/73

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De gustos no hay nada escrito.

Una ostra cruda es para algunos el bocado más sabroso. Vitelio se comía, para abrir el apetito, cuarenta docenas de una sentada.

Algunos buscan el queso hediondo, y prefieren e!

que camina.

Mientras tanto, otros no pueden pasar ni lo uno ni lo otro.

No nos admiremos de las costumbres de los indios.

He de repetir hasta el cansancio, que nuestra civilización no tiene el derecho de ser tan orgullosa.

En Santiago del Estero, donde lengua y costumbres tienen un sabor primitivo, los pobres hacen lo misio que los indios.

El que quiera verlo, no tiene más que tomar la mensajería del Norte y dar un paseo por aquella provincia argentina.

Y en la sierra de Córdoba hacen igual cosa. Está más cerca y la excursión sería más pintoresca.

Mi ahijado se quedó dormido.

Le acomodé la cabecita sobre uno de mis muslos y le dejé quieto.

Las visitas se fueron retirando.

Algunas se echaron, quedándose dormidas.

Yo, siguiendo mi plan de hacerme interesante, las imité. ¡Qué había de dormir! Era imposible. Cuerpos extraños al mío, me tenían en una agitación indescriptible.

Me quedé no obstante en el toldo haciendo que dormía.

Ronqué.

Mi compadre impuso silencio. Debía mirarme con placer.

De repente llamé con voz trémula y débil á Rufino Pereira.