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L Trajeron el asado, agua y trapos. En lugar de hacer uso del cuchillo de la casa, hice uso del mío.

El indio del día antes, se presentó á la sazón con mis guantes, se me sentó al lado y le dió por jugar con mi pera, insistiendo en que la había de trenzar, porque era linda, según él decía. Le dejé hacer su gusto.

Terminado el almuerzo, trajeron unas cuantas botellas de aguardiente y entre y yapai las ap¹ramos.

Mi ahijado, á quien el día antes había acariciado, se acercó á mí. Le hice un cariño. Una cautiva le liabló en la lengua, y el chiquilín juntó las manos, y todo ruborizado me dijo: «bendición».

( —«Dios te haga un buen cristiano, ahijado»—le contesté; y echándole los brazos le senté en mis piernas.

El chiquilín se quedó como en misa, saqué el reloj y se lo puse al oído para que oyera el tic—tac de la rueda :

siguió inmóvil. Guardé el reloj, y viendo que por sobre su cabecita caminaban ciertos animalitos de mil pies, me puse á expulgarlo.

Comprendo, Santiago amigo, que estos detalles son poco filosóficos é instructivos; pero, hijo mío, ya que no puedo cantar las glorias de mi espada, permíteme describirte sin rodeos cuanto hice y vi entre los Ranqueles.

El pulcro y respetable público tendrá la bondad de ser indulgente, á no ser que prefiera, lo que no suele ser raro, la mentira á la verdad.

Rien n'est beau que le vrai.

Tomo el dicho por los cabellos continúo.

Mi ahijado estaba acostumbrado á la operación.

Los indios se la hacen unos á otros, al rayar el scl, con un apéndice que dejo á tu perspicacia adivinar.