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San Martín hubiera estado con otro. Era mendocina y vestía exactamente como una india. Su donosura contrastaba en extremo con su desaseo. Reía y jugaba con todos mis ayudantes con infantil desenfado, y su dueño no se curaba de ello. El derecho de vida ó muerte que tenía sobre la pobre le inspiraba sin duda esa confianza. La institución es bárbara, nadie lo pondrá en duda.

Pero hay que reconocer que entre los indios se mata por celos. Algo más; hay que reconocer que los casos de infidelidad son rarísimos allí.

Mientras llega San Martín con las noticias que ha ido á traer, se me ocurre preguntar:

La virtud de la fidelidad conyugal, que no puede ser convencional sino que debe tener por base un sentimiento, el amor, ¿dónde está más segura, entre los ranqueles ó entre los cristianos?

Me guardo bien de contestar.

Prefiero esperar á San Martín, llamando tu atención, Santiago amigo, sobre los tipos que se refugian entre los indios. Calcula si ellos conocerán bien á los cristianos, sus ideas, sus tendencias, sus proyectos futuros, teniendo á su lado secretarios lenguaraces, amigos íntimos por el estilo del que te acabo de bosquejar.

Aquel mundo es realmente digno de estudio. Lo tenemos encima, golpeando diariamente nuestras puertas, como los enemigos de Roma, en sus horas aciagas, ¿y qué sabemos de él?

Que nos roban.

Es bastante; pero no es una noticia nueva para el país. Tanto valiera decirle: hay guerra civil en Entre Ríos. La conciencia pública lo sabe, no lo ve, pero lo siente. Ella pregunta otra cosa. ¿Cuál es el remedio que costando menos sangre puede conciliar el hecho con el derecho? ¿Y por qué pregunta eso? Porque mientras para todo le presentéis el filo de una espada,