Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/84

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la clemencia humana estará en su derecho de exclamar¡ fratricidas!

San Martín volvió, diciendo que el desconocido venía de las tolderías de Calfucurá.

Mi compadre no manifestó extrañeza alguna.

—¿Y cómo es— le pregunté,—que ustedes no se fijan en los que vienen y están una porción de días comiendo en sus casas?

—Aquí viene el que quiere, compadre—me contestó.

—iY si vienen á espiar?

—2, Y qué van á espiar?

—Pero lo que ustedes hacen.

—Nosotros hacemos toda la vida lo mismo.

Le hice una seña á San Martín, salí del toldo y me siguió.

Mi compadre continuó picando su tabaco, le quedaba aún un rollo tucumano.

San Martín me había servido con lealtad en otras ocasiones. Le encargué que tomara más informes sobre el desconocido, y se marchó.

Al separarse de mí, el padre Marcos vino á decirme que aquél me pedía una camisa y unos calzoncillos, hierba, tabaco y papel.

Todo se me había concluido. Pero donde hay soldados no faltan jamás corazones desprendidos y genercsos.

Llamé un asistente y le dije que me buscara entre sus compañeros una camisa y unos calzoncillos, y todo lo demás que pedía el desconocido.

Hizo una junta: á éste pidió una cosa, á aquél otra, al uno hierba, al otro azúcar, tabaco y papel volvió al punto con la contribución.

Le di todo al padre Marcos, y el buen franciscano se fué muy contento, llevándoselo todo á su protegido.