Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/86

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.82 —Eso no es para medir tierra—le contesté.

—Vos engañando—repuso.

—Yo no miento.

—¿Y entonces qué haciendo gualicho redondo?

—Era para saber el rumbo, dónde quedaba el Norte.

—¿Y para qué haciendo eso, teniendo camino y baqueano?

—Porque cuando ando por los campos me gusta saber derecho adónde voy.

—¡Winca! ¡winca!—murmuró. Y en voz alta y volviendo á rayar el caballo, en círculos concéntricos para lucir la rienda del animal y su destreza, gritó:

¡ engañando!

Llegaron varios indios, hablaron á un mismo tiempɔ y rodeándome me dijeron:

—Dando camisa.

—No tengo—contesté secamente.

Caiomuta, con ojos mal intencionados me echó encima el caballo, balanceándose sobre él con dificultad y me dijo:

—Vos rico, dando, pues, pobres indios.

—Yo no doy nada á quien no es mi amigo—le contesté, frunciendo el ceño y apostrofándole de bárbaro.

Recogió el caballo como para atropellarme. Me retiré. Llegaron mis ayudantes y asistentes y me rodearon.

—¡ Winca! ¡ winca !—bramó el indio.

Juan de Dios San Martín se presentó en ese momento y me dijo, que decía Baigorrita que no le hicieran caso á su hermano, que me fuera á su toldo. Y de su cuenta agregó: Ese indio, señor, tiene muy inalas ei:trañas.

Me pareció desdoroso abandonar el campo.