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IX

Cansancio.—Puesta del sol.—Un fogón de dos filas.—Mis caballos no estaban seguros.—Aviso de Baigorrita.—Los indios viven robándose unos á otros —La justicia.—Los pobres son como los caballos patrios.—Cena y sueño.—Intentan robarme mis caballos.—Cantan los gallos.—Visión.—El mate.—Un cañonazo.

El día había sido fecundo en impresiones. La tarde, esa hora dulce y melancólica, avanzaba. El fuego solar no quemaba ya. La brisa vespertina soplaba fresca, batiendo la grama frondosa, el verde y florido trébol, el oloroso poleo, y arrancándole sus perfumes suaves y balsámicos á los campos, saturaba la atmósfera al pasar con aromáticas exhalaciones. Los ganados se retiraban pausadamente al aprisco.

Mi cuerpo tenía necesidad de reposo. Mi estómago pedía un asadito á la criolla. Teníamos una carne gorda, que sólo mirarla abría el apetito.

Mandé hacer un buen fogón, con asientos para todos. Proclamé cariñosamente á los asistentes, para que trajeran leña gruesa de chañar y carda.

Había una enramada llena de cueros viejos, de trebejos inútiles, de guascas y chala de maíz. Le eché el ojo, la mandé limpiar, y me dispuse á cenar como un príncipe, y á pasar una noche de perlas.