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Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/98

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— Mi Coronel!

Temiendo que mi compadre quisiera hacerme las de Mariano Rosas, no contesté.

—¡Mi Coronel! ¡ mi Coronel!—repitió San Martín.

—No contesté.

Acercóse entonces á la cama de uno de mis oficiales, y le dijo:

—El Coronel está muy dormido, no oye, vengo á decirle que acaban de correr á unos ladrones que andaban por robarle los caballos y que es bueno que mande más gente al corral.

Viendo que no había riesgo en darme por despierto, llamé y ordené que cuatro asistentes fueran á reforzar la ronda del corral. Y llamándolo á San Martín, le pregunté qué hacía mi compadre.

—Se está divirtiendo—me contestó.

—Bueno—le dije que no me vayan á incomodar llamándome.

—No hay cuidado, señor, Baigorrita me ha encargado que repare no lo incomoden. No quiere que usted lo vea achumado, tiene vergüenza. Por eso ha empezado á beber de noche.

Respiré. Me acomodé en la cama, me di unas cuantas vueltas, porque algo había que no permitía conciliar el sueño con facilidad, y por fin me volví á quedar dormido.

El cuerpo se acostumbra á todo. Dormí sin interrupción unas cuantas horas seguidas.

La vida se pasa sin sentir, ya lo he dicho. Pero ni todos los días, ni todas las noches son iguales. Si lo fuesen, el peor de los suplicios sería vivir. Felizmente en la existencia humana hay contrastes.

Imaginaos un hombre que no hace más que divertirse ó á quien todo le sabe bien, que no sabe lo que es una contrariedad; y decidme, lector sesudo, que aca-