ció prudente hacer yo á mi turno mis recomendaciones.
Ibamos á entrar ya en los montes; á tener que marchar en dispersión, sin vernos unos á los otros; por sendas tortuosas, que se borraban de improviso unas veces, que otras se bifurcaban en cuatro, seis ó más caminos, conduciendo todas á la espesura.
Era lo más fácil perder la verdadera rastrillada, y también muy probable que no tardáramos en ser descubiertos por los indios.
Un tal Peñaloza suele ser el primero que se presenta á los indios ó cristianos que pasan por esas tierras alegando ser suyas y tener derecho á exigir se le pague el piso y el agua.
No hay más remedio que pagar, porque el señor Peñaloza se guarda muy bien de salir á sacar contribución alguna cuando los caminantes son más numerosos que los de su toldo ó van mejor armados.
Más adelante hay otros señores dueños de la tierra, del agua, de los árboles, de los bichos del campo, de todo, en fin, lo que puede ser un pretexto para vivir á costillas del prójimo.
Estos derechos interterritoriales se cobran en la forma más política y cumplida, suplicando casi y demostrándoles á los contribuyentes ecuestres la pobreza en que se vive por allí, lo escaso que anda el trabajo.
Si los expedientes pacíficos surten efecto no hay novedad; si los transeuntes no se enternecen se recurre á las amenazas, y si éstas son inútiles, á la violencia.
Es ser bastante parlamentario, para vivir tan lejos de los centros de la civilización moderna.
Recomendé á mi gente cómo habían de marchar; prohibí terminantemente que bajo pretexto de componer la montura se quedara alguien atrás, advirtiendo que cada cuarto de hora haría una parada de dos mina-