tos para que pudiéramos ir lo más juntos posible; describí la aguada de Chamalcó donde me demoraría un rato, lo bastante para mudar caballos por si alguien llegaba á ella extraviado; y á los franciscanos les supliqué me siguiesen de cerca, no fuera el diablo á darme el mal rato de que se me perdieran.
Finalmente hice notar, que hallándonos ya en donde podía haber peligro cuando menos lo esperáramos, quería, puesto que no estábamos bien armados, que todos y cada uno nos condujéramos con moderación y astucia, con sangre fría sobre todo, que, como ha dicho muy bien Pelletan, es el valor que juzga.
Hecho esto, mandé que dos soldados, con dos tropillas que no me hacían falta, se volviesen al Río 5.º aminando despacio.
Escribí con lápiz cuatro palabras para el General Arredondo y algunos subalternos amigos de mis fronteras, avisándoles que había llegado con felicidal al Cuero, y entramos en los montes.
Hermosos, seculares algarrobos, caldenes, chañares, espinillos, bajo cuya sombra inaccesible á los rayos del Sol crece frondosa y fresca la verdosa gramilla, constituyen estos montes, que no tienen la belleza de los de Corrientes, del Chaco ó Paraguay.
Las esbeltas palmeras, empinándose como fantasmas en la noche umbría; la vegetación pujante renovándose siempre por la humedad; los naranjeros que por doquier brindan su dorada fruta; las enmarañadas enredaderas, vistiendo los árboles más encumbrados hasta la cima y sus flores inmortales todo el año; fresco musgo tapizando los robustos troncos; el liquen pegajoso, que con el rocío matinal brilla, como esmaltado de piedras preciosas; las espadañas que se columpian graciosas, agitando al viento sus blancos y sedosos penachos ; las flores del aire, que viven de las auras purísimas,