tes á la espuela, y dirigiéndome á los franciscanos que no se separaban de mí, les consulté :
—Si tenían ganas de descansar un rato.
—Con mucho gusto—contestaron. —Los buenos misioneros iban molidos; nada fatiga tanto como una marcha de trasnochada.
El pasto estaba lindísimo, la noche templada, pararnos no les haría sino bien á los animales.
Pasé la voz de que descansaríamos una hora.
Se manearon las madrinas de las ropillas, cesó el ruido de los cencerros, único que interrumpía el silencio sepulcral de aquellas soledades, y nos echamos sobre la blanda hierba.
Yo coloqué mi cabeza en una pequeña eminencia, poniendo encima un poncho doblado á guisa de almohada, y me dormí profundamente.
Tuve un sueño y una visión envuelta en estas estrofas de Manzoni, á manera de guirnalda ó de aureola luminosa:
«Tutto ei provó; la gloria <Maggior dopo il periglio.
«La fuga, e la vittoria «La reggia, e el triste esiglio.
<Due volte nella polvere, <Due volte sugli altar.> Me creía un conquistador, un Napoleón chiquito.
De improviso sentí, como si la cabeza se me escapara, hice fuerzas con la cabeza endureciendo el pescuezo, la tierra se movía; yo no estaba del todo despierto, ni del todo dormido. La cabecera seguía escapándoseme, creí que soñaba, fuí á darme vuelta y un objeto con cuatro patas, negro y peludo corrió... Había hecho cabecera de una mulita.
Los héroes como ya tienen sus visiones así, sobre rep-