Me preguntaron que si tenía cómplices, teniéndome siempre en el cepo, y contesté que no.
—¿Y por qué no decías que Antonio era el ladrón ?
—¡Y cómo lo había de descubrir á mi amigo! ¡ Y cómo la había de perder á Petrona cuando la quería tantísimo! Yo prefería pasar por ladrón á ser delator de mi amigo; yo prefería pasar por ladrón y no que dijeran que Petrona era mi querida. Yo prefería ser soldado á todo eso.
Además, como todas las mujeres son iguales, falsas como la plata boliviana, supe esos días no más, antes que me echaran á las tropas de línea, que Petrona decía para salvarse del castigo de su padre, que algo andaba maliciando que yo era un pícaro que la había solicitado á ella de mala fe, con sólo la intención de hacer el robo que me había hecho.
Quién sabe si no hubiera sido eso, si no declaro al fin atormentado por el cepo, que Antonio era el ladrón; éste ya se había ido para la sierra de Córdoba, y cuándo lo pescaban siendo, como era, un muchacho tan diantre! Era mozo muy gaucho y alentado.
—i Y, te acuerdas todavía de Petrona, Macario?
—¡Ay! mi Coronel, si las mujeres cuánto más malas son, más tardamos en olvidarlas.
—¡Y nunca hubo nada con ella?
—Mi Coronel, usted sabe lo que son esas cosas de amor, cuando uno menos piensa...
—La ocasión hace al ladrón—dijo Juan Díaz, uno de mis baqueanos muy ocurrente.
En esos momentos el bosque se abría formando un hermoso descampado; la nítida y blanca luna se levantaba, y las estrellas centelleaban trémulamente en la azulada esfera.
Detuve mi caballo, que no obedecía como como un rato an-