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Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/193

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á nosotros, pues ellos no tienen crías ni razas especiales sometidas á un régimen peculiar y severo, cuadruplican sus fuerzas reduciéndonos muchas veces en la guerra á una impotente desesperación.

Al llegar á la entrada del bosque, viendo que mi gente marchaba formando una chorrera y que mis caballos no podían resistir á un galope largo sostenido por la arena, que se enterraban hasta las rodillas no cbstante que seguíamos las sendas de la rastrillada, le dije á Caniupán :

—Hagamos alto un rato, los padrecitos vienen muy cansados.

Era un pretexto como cualquier otro.

C'aniupán sujetó de golpe su caballo, yo el mío, los que nos seguían unos después de otros; lo mismo hicieron los indios que nos precedían, cuando se apercibieron de que estábamos parados, y poco después formábamos dos grupos, envueltos en una nube de arena.

Para ganar tiempo y dar más alivio á mis cabalgaduras, mandé mudarlas. Los indios no echaron pie á tierra. Tienen ellos la costumbre de descansar sobre el lomo del caballo. Se echan como en una cama, haciendo cabecera del pescuezo del animal, y extendiendo las piernas cruzadas en las ancas, así permanecen largo rato, horas enteras á veces. Ni para dar de beber se apean; sin desmontarse sacan el freno y lo ponen.

El caballo del indio, además de ser fortísimo, es mansísimo. Duerme el indio? No se mueve. ¿Está ebrio?

Le acompaña á guardar el equilibrio. ¿Se apea y le baja la rienda? Allí se queda. ¿Cuánto tiempo? Todo el día. Si no lo hace es castigado de modo que entienda por qué. Es raro hallar un indio que use manea, traba, bozal y cabestro. Si alguno de estos útiles lleva, de seguro que anda redomoneando un potro, ó en