XXII
Una nube de arena.—Cálculos.—El ojo del indio. Segundo parlamento.—Se avista el toldo de Mariano Rosas.—Frente á él.
La nube de arena que había llamado mi atención antes de empezar el diálogo con Mora, se movía y avanzaba sobre nosotros, se alejaba, giraba hacia el Poniente, luego hacia el Naciente, se achicaba, se agrandaba, volvía á achicarse y á agrandarse, se levantaba, descendía, volvía á levantarse y á descender; á veces tenía una forma, á veces otra, ya era una masa esférica, ya una espiral, ora se condensaba, ora se esparcía, se dilataba, se difundía, ora volvía á condensarse haciéndose más visible, manteniendo el equilibrio sobre la columna de aire hasta una inmensa altura, ya reflejaba unos colores, ya otros, ya parecía el polvo de cien jinetes, ya el de potros alzados, unas veces polvo levantado por las ráfagas de viento errantes, otras el polvo de un rodeo de ganado vacuno que remolinea; creíamos acercarnos al fenómeno y nos alejábamos, creíamos alejarnos y nos acercábamos, creíamos descubrir visiblemente en su seno algunos objetos y nada veíamos; creíamos juguetes de la óptica, la imagen de algo que se movía velozmente de un lado á otro, de arriba á bajo, que iba y venía, que de repente