Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/212

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se detenía partiendo súbito luego; íbamos á llegar y no llegábamos porque el terreno se doblaba en médanos abruptos, subíamos, bajábamos, galopábamos, trotábamos con la imaginación sobreexcitada, creyendo llegar en breve á una distancia que despejara la incógnita de nuestra curiosidad; pero nada, la nube se apartaba del camino como huyendo de nosotros, sin cesar sus variadas y caprichosas evoluciones, burlando el ojo experto de los más prácticos, dando lugar á conjeturas sin cuento, á apuestas y disputas infinitas.

Así seguíamos nuestro camino, derrotados por aquella nube extraña, cuando divisamos en dirección á Leubucó unos polvos que momentáneamente fijaron nuestra atención, apartándola de lo que la traía preocupada en tan alto grado.

No tardamos en cerciorarnos de que los polvos eran de un grupo bastante crecido de indios que al gran galope se dirigían hacia nosotros. Tienen ellos un modo tan peculiar de andar por los campos que no era fácil confundirlos con otra cosa.

Volvimos, pues, á fijar la vista en la nube aquélla que nos había ganado el flanco izquierdo y que ya afectaba un aspecto más conocido, transparentando formas movibles de seres animados. En ese momento los polvos se tendieron hacia el Oriente, formando un círculo inmenso y como queriendo envolver dentro de él todo cuanto andaba por los campos. Al mismo tiempo divisamos otros polvos en el rumbo que llevábamos y oyéronse varias voces :

—¡Aquéllos andaban voleando!

—¡ Aquéllos vienen para acá !

Mora me dijo: esos polvos, señor, que tenemos al frente, han de ser de otro parlamento que viene á saludarlo.