Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/215

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· 211 — Marchamos así hasta quedar distantes unos de otros como cuatrocientos metros.

Caniupán me dijo:

—Cerquita ya, topando.

—Topando—le contesté.

El se lanzó á toda brida; yo le seguí, y los buenos franciscanos, haciendo de tripas corazón, imitaron mi ejemplo.

Cuando íbamos materialmente á toparnos, sujetamos simultáneamente unos y otros quedando distante veinte pasos.

El que presidía el parlamento destacó su orador.

Caniupán destacó el suyo.

Colocáronse equidistantes de sus respectivos grupos, mirando el uno al Oriente y el otro al Occidente, y comenzó el parlamento.

Duró lo bastante para fastidiar á un santo.

El orador que mandaba Mariano Rosas era un Cicerón de la Pampa.

Hablaba por los codos, prolongaba la última sílaba de la palabra final, como si su garganta fuera un instrumento de viento, y tenía el arte de hacer de una razón quince razones.

El orador que Caniupán nombró para que me representara, no le iba en zaga.

Así fué que no me valió acortar mis contestaciones.

Mi representante se dió maña para multiplicar mis razones, tanto como su interlocutor multiplicaba las suyas.

Mariano Rosas me mandaba decir:

Que se alegraba mucho de que fuera llegando á su toldo (1.ª razón).

Que cómo me había ido de viaje (2.ª razón).

Que si no había perdido algunos caballos (3.ª razón).