Pero entremos al toldo de Mariano Rosas, quien antes de ofrecérmelo, me preguntó: ¿Qué quería hacer con mis caballos, si hacerlos cuidar con mi gente ó que él me los haría cuidar?—quien, preguntándome si mi gente había comido, y habiéndole contestado que no, llamó á su hijo Lincoln,—por qué se llama así no sé, y le ordenó en castellano que carneara pronto una vaca gorda.
El toldo de Mariano Rosas, como todos los toldos, tiene una enramada; descansemos en ella hasta mañana, á fin de no alterar el método que me he propuesto seguir en el relato.
— También conviene hacerlo así para que ni tú, Santiago amigo, ni el lector se hastíen,—que lo poco gusta y lo mucho cansa, aunque á este respecto pueden dividirse las opiniones según sea el capítulo de que se trate.
Y á mí?
Cualquiera.
¿Quién se cansa de leer á Byron, á Goethe, á Juvenal, á Tácito?
Nadie.