todas, un armazón de madera, con techumbre de plano horizontal. Tendría sesenta varas cuadradas.
Allí habían preparado asientos. Consistían en cueros de carneros, negros, lanudos, grandes y aseados; dos ó tres formaban el lecho, otros tantos arrollados el respaldo. Estaban colocados en dos filas el espacio intermedio acababa de ser barrido y regado. Una fila era para los recién llegados, otra para el dueño de casa, sus parientes y visitas. La fila que me designaron á mí miraba al Naciente; á la derecha, en la primera hilera, veíase un asiento que era el mío, más elevado que los demás, con respaldo ancho y alto con dos rollos de ponchos á la derecha é izquierda, formando almohadones.
Todo estaba perfectamente bien calculado, como para sentarse con comodidad, con las piernas cruzadas á la turca, estiradas, dobladas; acostarse, reclinarse ó tomar la postura que se quisiera.
Frente á frente de mí se sentó Mariano Rosas; aunque él habla bastante bien el castellano, lo mismo que cualquiera de nosotros, hizo venir un lenguaraz.
Convenía que todos los circunstantes oyesen mis razones para que llevasen lenguas á sus pagos y se hiciese en favor mío una atmósfera popular.
El parlamento comenzó como aquellos avisos de teatro del tiempo de Rosas, que decían, después de los vivas y mueras de costumbre (¡y qué costumbre tan civilizada y fraternal!), se representará el lindo drama romántico en verso Clotilde, ó el crimen por amor, verbigracia, que cuadraba tan bien con el introíto del cartel como ponerle á un santo Cristo un par de pistolas.
Es decir, que en pos de las preguntas y respuestas de ordenanza: Cómo está usted, cómo le ha ido con todos sus jefes y oficiales, no ha perdido algunos ca-