No me acuerdo bien cuánto tiempo pasaría; debió pasar así como medio año.
Un día mi madre volvió á descubrir que yo seguía en coloquios con la Dolores, siempre que podía, y se me enojó mucho, y aunque ya era hombrecito me amenazó.
Yo me reía de sus amenazas y seguí cortejando á Dolores y á la Regina; porque las dos me gustaban y me querían.
Ya usted sabe, mi Coronci, 10 que es el hombre, cuantas ve, cuantas quiere, ¡y las mujeres que necesitan poco !
Yo no me acuerdo ni de lo que hice, ni de lo que contesté entonces. Pero probablemente aprobé el dicho de Miguelito y suspiré.
Miguelito prosiguió.
Otro día, mi padre y mi madre me dijeron, que el padre de Regina les había dicho que si ellos querían nos casaríamos; que él me habilitaría. Que qué me parecía.
Les contesté que no tenía ganas de casarme. Mi madre se puso furiosa, y el viejo, que nunca se enojaba conmigo, también. Mi madre me dijo, que ella sabía por qué era; que me había de costar caro, por no escuchar sus consejos, que cómo me imaginaba que la Dolores podía ser mi mujer, que al contrario, en cuanto la familia maliciara algo me echaría de veterano; porque eran ricos y muy amigos del Juez y del Comandante militar.
Yo no escuchaba consejos, ni tenía miedo á nada y seguía mis amores con la Dolores, aunque sin conseguir que me diera el sí.
Mi madre estaba triste, decía que alguna desgracia nos iba á suceder; ya la habían despedido de casa la Dolores y de todo me echaba la culpa á mí.