Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/270

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De repente lo pusieron preso á mi padre, y lo largaron después; en seguida me pusieron preso á mí, nada más que porque les dió la gana, lo mismo que á mi padre. Usted ya sabe, mi Coronel, lo que es ser pobre y andar mal con los que gobiernan.

Pero me largaron también; y al largarme me dijo el teniente de la partida, que ya sabía que había audado maleando.

—i Maleando cómo?—le pregunté.

—En juntas contra el Gobierno—me contestí.

¿Y de ande, mi Coronel?

Todito era purita mentira.

Lo que había era que ya me estaban haciendo la cama.

Ni mi padre ni yo nunca habíamos andado con los colorados, porque no teníamos más opinión que nue tro trabajo y nos gustaba ser libres, y cuando se cfiecía una guardia, por no tomar una carabina, más bien le pagábamos al Comandante, que es como se ve unc libre del servicio; si no, es de balde.

Una tarde, ya anochecía, estábamos en el fogón todos los de la casa; sentimos un tropel, ladraron los p²rros y lueguito se oyó un ruido de sables.

—¿Qué será, qué no será?—decíamos.

Mi madre se echó á llorar diciéndome:

—Tú tienes la culpa de lo que va á suceder.

—Usted sabe, mi Coronel, lo que son las mujeres y sobre todo las madres para adivinar una desgracia Parece que todo lo viesen antes de suceder, como le pasó á mi vieja aquella noche. Porque al ratito de lo que le iba diciendo, ya llegó la partida y se apeó el que la mandaba, haciendo que mi padre marchara con él sin darle tiempo ni á que alzara el poncho.

Se lo llevaron en cuerpito.

Pasamos con mi madre una triste noche, muy triste,