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Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/271

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mirándonos, yo callando y ella llorando sentada en ura sillita al lado de su cama, porque no se acostó.

Al día siguiente, en cuanto medio quiso aclacar, ensillé, monté y me fuí derechito al pueblo, á ver qué había.

Lo acusaban á mi padre de un robo.

Y decía que si no ponía personero, lo iban á mandar á la frontera.

¿Y de ande había de sacar plata para pagar personero, ni quién había de querer ir ?

Me volví á mi casa bastante afligido con la noticia que le llevaba á mi madre. Pero pensando que si me admitían por mi padre podía librarlo.

Le conté á mi madre lo que sucedía, y le dije lo que quería hacer.

Se quedó callada.

Le pregunté qué le parecía.

Siguió callada.

Se enojó mucho, me echó; me fuí, volví tarde, los perros no ladraron, porque me conocieron; llegué sin que me sintieran hasta la puerta del rancho.

La hallé hincada rezando, delante de un nicho que teníamos que era Nuestra Señora del Rosario.

Rezaba en voz muy baja; yo no podía oir sino el final de los Padres Nuestros y de las Ave Marías.

Contenía el resuello para no interrumpirla, cuandooí que dijo:

«Madre mía y señora, ruega por él y por mi h.jo.> Suspiré fuerte.

Mi madre dió vuelta; yo entré en el rancho y la abracé.

No me dijo nada.

Con mi padre no se podía hablar, estaba incomunicado.