¡Cuidado con penetrar en el estudio vedado sin anunciarlos cuando están pontificando!
¡Imprudentes!
¡Os impondríais de los misteriosos secretos!
¡Le arrancaríais á la esfinge el tremendo arcano!
¡Perderíais vuestras ilusiones !
Veríais á vuestros sabios en camisa, haciéndose un traje pintado con las plumas de la ave silvana, de negruzcas alas, de rojo pico y pies, de grandes y negras uñas.
Yo no sé más de lo que está apuntado en mi vademécum por índice y orden cronológico.
No es gran cosa. Pero es algo.
Hay en él todo.
Citas ad hoc, en varios idiomas que poseo bien y mial, anécdotas, cuentos, impresiones de viaje, juicios críticos sobre libros, hombres, mujeres, guerras terrestres y marítimas, bocetos, esbozos, perfiles, siluetas.
Por fin, mis memorias hasta la fecha del año del Señor que corremos, escritas en diez minutos.
Si yo diera á luz mi vademécum no sería un librito tan útil como el almanaque. Sería, sin embargo, algo entretenido.
Yo no creo que el público se fastidiaría leyendo, por ejemplo:
¿Qué puntos de contacto hay entre Epaminondas, el municipal de Tebas, como lo llamaba el demagogo Camilo Desmoulins, y don Bartolo ?
¿Qué frac llevaba nuestro actual Presidente cuando se recibió del poder; en qué se parece su cráneo insolvente de pelo á la cabeza de Sócrates?
¿En qué se parece Orión á Roqueplán? este Orión, de quien sacando una frase de mi vademécum,—aje na por supuesto, puede decirse que es la personalidad porteña más porteña, el hombre y el escritor que