—VD
292 Ek te biblion kubernetes.
Yo también he estudiado griego.
Monsieur Rouzy puede dar fe, y tú, Santiago amigo, fuiste quien me lo metió en la cabeza.
Es una de las cosas menos malas que le debo á tu inspiración mefistofélica.
Tú fuiste quien me apasionó por el hombre del capirotazo.
¿ Acaso yo le conocía bien en 1860?
En prueba de que sé griego, como un colegial, ahí va la traducción de dicho anónimo:
«No se aprende el mundo en los libros».
Aquí era donde quería llegar.
Los circunloquios me han demorado en el camino.' Siento tener que desagradecer á mi ático amigo Carlos Guido, cuyo buen gusto literario los abomina.
Sírvame de excusa el carácter confidencial del relato.
Sí, el mundo no se aprende en los libros; se aprende observando, estudiando los hombres y las costumbres sociales.
Yo he aprendido más de mi tierra yendo á los indios Ranqueles, que en diez años de despestañarme, leyendo opúsculos, folletos, gacetillas, revistas y libros especiales.
Oyendo á los paisanos referir sus aventuras,—he sabido cómo se administra la justicia, cómo se gobierna, qué piensan nuestros criollos de nuestros mandatarios y de nuestras leyes.
Por eso me detengo más de lo necesario quizá en relatar ciertas anécdotas, que parecerán cuentos forjados para alargar estas páginas y entretener al lector.
¡Ojalá fuera cuento la historia de Miguelito !
Desgraciadamente ha pasado tal cual la narro, y si fija la atención un momento, es porque es verdad. Tiene ésta un gran imperio hasta sobre la imaginación.