Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/297

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 293 —

Miguelito siguió hablando así:

—Las voces que andaban era que pronto me fusilarían, porque iba á haber revolución y me podía escapar.

¡Figúrese cómo estaría mi madre, mi Coronel! Todo se le iba en velas para la Virgen.

Día á día me visitaba, pidiéndome que no me adi giera, diciéndome que la Virgen no nos había de abandonar en la desgracia, que ella tenía experiencia y quemás de una vez había visto milagros.

Yo no estaba afligido sino por ella.

Quería disimular. Pero qué! era muy ducha y me lo conocía.

Usted sabe, mi Coronel, que los hijos por muy ladinos que sean no engañan á los padres, sobre todo á la madre.

Vea si yo pude engañar á mi vieja cuando entré en amores con la Dolores.

¡Qué había de poder!

En cuanto empezó la cosa me lo reconoció, y me mandó que me fuera con la música á otra parte.

Bien me arrepiento de no haber seguido su consejo.

La Dolores no hubiera padecido tanto como padeció por mí.

Pero los hijos no seguimos nunca la opinión de nuestros padres.

Siempre creemos que sabemos más que ellos.

Al fin nos arrepentimos.

Pero entonces ya es tarde.

—Nunca es tarde cuando la dicha es buena—le interrumpí.

Suspiró y me cor testó:

—¡Qué! mi Coronel, hay males que no tienen remedio.