—Entonces, constantemente estarán yendo y viniendo de aquí para allá.
—Por supuesto. Si aquí se sabe todo.
Los Videla, que son parientes de don Juan Saa, cuando les da la gana, toman una tropilla; llegan á la Jarilla, la dejan en el monte, y con caballo de tiro se van al Morro, compran allí lo que quieren, ellos mismos á veces, en las tiendas de los amigos y después se vuelven con cartas para todos.
Algunas veces suelen llegar á Renca, que yt ve dude queda, mi Coronel.
A medida que Miguelito hablaba, yo reflexionaba sobre lo que es nuestro país; veía la complicidad de los moradores fronterizos en las depredaciones de los indígenas y el problema de nuestros odios, de nuestras guerras civiles y de nuestras persecuciones, complicado con el problema de la seguridad de las fronteras.
Le escuchaba con sumo interés y curiosidad.
Miguelito prosiguió:
—El otro día cuando usted llegó, mi Coronel, los Videla habían andado por San Luis; vinieron con la voz de que usted y el general Arredondo estaban en la Villa de Mercedes, y diciendo que por allí se decía que aho ra sí que las paces se harían.
Deseando conocer el desenlace de la historia de los amores de Miguelito, le dije:
—¿Y la Dolores vive con sus padres?
—Sí, mi Coronel—me contestó,—son gen'e buena y rica, y cuando han visto á su hija en desgracia no la han abandonado; la quieren mucho á mi hijita. Si algún día me puedo casar ellos no se han de oponer, así me lo ha dicho la Dolores.
¡Pero cuando se nere la otra! Luego yo no pue-