Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/320

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—¡Qué quieres?—le contesté con mal humor, sin moverme.

—Aquí está el hijo del General.

Esto era ya más serio.

Me incorporé.

—¡Qué se ofrece, hermano?—pregunté.

—Dice mi padre que vaya—me contestó.

—¿ Qué vaya, ahora?

—Sí.

Llamé á Carmen, mi fiel ministril; le pedí agua para lavarme, luz, peine, un cepillo de dientes, todo cuanto podía ser un pretexto para demorarme y ganar tiempo, á ver si venía el día.

Oía el ruido de la orgía nocturna, y no me hacía buen estómago la idea de tomar parte en ella á obscuras.

Según mi ccstumbre en campaña, dormía vestido, desnudándome de día por la higiene y otras hierbas.

De un salto estuve en pie.

Carmen trajo luz, un candil de grasa de potro, agua, peine, cuanto le pedí, haciendo un viaje para cada cosa, como que tenía que revolver las alforjas para hallarlas.

Hice mi estudiosa toilette, lo más despacio que pude.

Mientras tanto, varios curiosos, ebrios á cual más, llegaron á mi puerta y me estuvieron observando.

Como tardase en salir del rancho, presentóse una nueva diputación. La componían dos hijos de Mariano. Tomó la palabra el mayor de ellos y me dijo:

Dice mi padre, ¿qué cómo está, que cómo le va, que cómo ha pasado la noche, que cuándo va, que está medio caldeado y tiene ganas de rematarse con usted?

Contesté con la mayor política, agradeciendo tantas atenciones, y asegurando que no tardaría en presentármele al General,