tas de cañuto de grueso carrizo, y las palabras Lucius Victorius Imperator, resonaban con fragor en medio de repetidas, ¡¡¡ ba—ba—ba—ba—ba—ba—ba—ba—ba!!!
Nuevo Baltasar, yo marchaba á la conquista de una ciudad poderosa, contra el dictamen de mis consejeros, que me decían: Allí no penetrarás victorioso jamás; porque sus calles están empedradas con enormes monolitos y cubiertas de pantanos, por donde es imposible que pase tu carreta.
Tenaz, como soy en sueños, no quería escuchar la voz autorizada de mis expertos monitores. Me había hecho aclamar y coronar por aquellas gentes sencillas, había superado ya algunos obstáculos en mi vida; ¿por qué no había de tentar la empresa de luchar y vencer una civilización decrépita ?
Por otra parte, yo no había nacido en esa egregia ciudad y ella iba á enorgullecerse de verme llegar á sus puertas, no como Aníbal á las de Roma, sino cual otro valiente Camilo.
Por aquí iba medio despierto, medio dormido, cuando volvieron á hacerme sentar en la cama, llamando á mi puerta.
— Coronel Mansilla !
—¿Qué hay?pregunté.
¡El malhadado negro contestó!
—Dice el General que ¿cómo ha pasado la noche?
—Hombre, dile que mañana le contestaré.
El mensajero contestó, no pude percibir qué.
Una baraúnda repentina ahogó su voz.
Volvía yo á estudiar qué postura se adaptaría más á la cama que me habían deparado las circunstancias y esperaba no ser interrumpido otra vez. ¡Quimeras!
Mi verdadera bestia negra había ido y vuelto.
— Coronel Mansilla! ¡Coronel Mansilla me gritó.