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Los cristianos encargados de la seguridad de la frontera Norte de Buenos Aires, maniobrando hábilmente, se lanzaron al Sud cuando sintieron la invasión, para salirles á los ladrones de adelante; ocuparon y se posesionaron de una de las aguadas principales por donde debían pasar con el botín, sorprendieron los caballerizos, les quitaron toda la caballada y los cautivaron lo mismo que á la chusma.

Mariano Rosas y sus compañeros de infortunio fueron conducidos á los Santos Lugares. Allí pe nanecieron engrillados y presos, tratados con dureza, cerca de un año, según sus recuerdos.

Perdían la esperanza de mejorar de suerte. Mas como está de Dios que el hombre suba á la cumbre de la montaña cuando menos lo espera, cayendo en el abismo de la desgracia cuando todo sonreía á su alrededor, un día los llevaron á presencia del Dictador don Juan Manuel de Rosas.

Interrogándolos minuciosamente, supo éste que Mariano, que se llamaba á la sazón como su padre, era hijo de un cacique principal de mucha nombradíahizo bautizar, sirviéndole de padrino, le puso Mariano en la pila, le dió su apellido y le mandó con los otros de peón á su estancia del «Pino».

En ella pasaron algunos años trabajando duro, alojados al raso contra un corral de ñandubay, recibiendo lecciones útiles y provechosas sobre la manera de hacer las faenas de campo, sobre el modo de amansar debidamente un potro, aprendiendo á regentar un establecimiento en forma, tratados unas veces á rebencazos, sin haber faltado en nada, atendidos generalmente con cariño, recibiendo raciones y salario como uno de tantos trabajadores—hasta que el amor de la familia, el recuerdo de las tolderías, el anhelo de una completa UNA EXCURSIÓN 21,—TOMO Į