Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/351

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La presencia de los franciscanos no fué un obstáculo para que siguiera funcionando el acordeón.

Yo estaba impaciente por entrar en el toldo de Mariano y conocer su familia.

En una de las vueltas que el negro daba, sentándose acá y allá, se puso á mi lado.

—Mira—le dije al oído,—si sigues tocando, en cuanto llegue al Río 4.º mandaré lo que te dije, el organito para Mariano.

Me miró como diciéndome, por piedad no; haciendo callar el instrumento y dirigiéndose á Mariano le dijo:

Ya está todo pronto.

Mariano me invitó entonces á pasar al toldo, se puso de pie y me enseñó el camino.

Le seguí dejando á los franciscanos con las visit.is en la enramada.

Entramos.

Sus mujeres, que eran cinco, sus hijas que eran tres y sus hijos que eran Epumer, Waiquiner, Amunao, Lincoln, Duguinao y Piutrín, estaban sentados en rueda.

A cierta distancia había un grupo de cautivas.

Las chinas me saludaron con la cabeza, los varones se pusieron de pie, me dieron la mano y me abrazaron.

Las cautivas con la mirada. Me conmovieron.

¿Quién no se conmueve con la mirada triste y llorosa de una mujer?

Mariano me enseñó un asiento, me senté; él se puso á mi lado dándome la izquierda.

En frente había otra fila de asientos. Entraron varios indios y los ocuparon. Eran indios predilectos de Mariano.

Las chinas se levantaron y se pusieron en movimien-