Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/350

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Después que terminaban los saludos, venía la presentación.

Yo tenía que levantarme, que dar la mano, que abrazar y que contestar con frases análogas, esas preguntas y salutaciones:

¡ Me alegro de haberle conocido!

¿Cómo le ha ido de camino?

¿No ha perdido algunos caballos?

¡Estamos muy contentos de verlo aquí!

El negro tocaba, cantaba, bailaba y á quien mejor le parecía le adjudicaba una patochada. Para él era lo mismo que fuera un cacique que un capitanejo; un indio que un cristiano. Tenía influencia en palacio y podía usar abusar de sus festejadas gracias.

Llamé á los franciscanos para que los recién llegados les conocieran.

Vinieron. Con su aire dulce y manso saludaron to dos, siendo objeto de demostraciones de respeto. El sacerdote es para los indios algo de venerando.

Hay en ellos un germen fecundo que explotar en bien de la religión, de la civilización y de la humanidad.

Mientras tanto ¿qué se ha hecho?

Cómo se llaman, pregunto yo, los mártires gener.)sos que han dado el noble ejemplo de ir á predicar el Evangelio entre los infieles de esta parte del continente americano ?

¿Cuántas cruces ha regado la barbarie con sangre de misioneros propagadores de la fe?

¡Ah! esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma.

Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte.—Ni siquiera clementes hemos sido. Es el peor de los males.