allegados, viven juntos, y duermen revueltos. ¡Qué escena aquella para la moral!
En el rancho del gaucho no hay generalmente puerta.
Se sientan en el suelo, en duros pedazos de palo, ó en cabezas de vaca disecadas. No usan tenedores, ni cucharas, ni platos. Rara vez hacen puchero, porque no tienen olla. Cuando lo hacen, beben el caldo en ella, pasándosela unos á otros. No tienen jarro, un cuerno de buey lo suple. A veces ni esto hay. Una caldera no falta jamás, porque hay que calentar agua para tomar mate. Nunca tiene tapa. Es un trabajo taparla y destaparla. La pereza se la arranca y la bota.
El asado se asa en un asador de hierro, ó de palo, y se come con el mismo cuchillo con que se mata al prójimo, quemándose los dedos.
¡Qué triste y desconsolador es todo esto! Me parte el alma tener que decirlo. Pero para sacar de su ignorancia á nuestra orgullosa civilización, hay que obligarla á entablar comparaciones.
Así se replegará cuanto antes sobre sí misma, y comprenderá que la solución de los problemas sociales de esta tierra es apremiante.
La suerte de las instituciones libres, el porvenir de la democracia y de la libertad serán siempre insegu ros mientras las masas populares permanezcan en la ignorancia y atraso.
El cabrio emisario de las leyes, tienen que ser las costumbres. Dadme una asociación de hombres cualquiera con hábitos de trabajo, con necesidades, con decencia, y os prometo en poco tiempo un pueblo con leyes bien calculadas. El bien es una utopía cuando la semilla que debe producirlo no está sazonada. La aspiración de la libertad racional es una quimera, cuando los instrumentos que deben practicarla son corrompidos.