Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/366

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. 362Mariano, que no se había movido de su sitio, me dijo con estudiosa calma y siniestra expresión:

—Aquí somos todos iguales, hermano.

—No, hermano—le contesté.—Usted será igual á sus indios. Yo no soy igual á mis soldados. Ese pícaro me ha faltado al respeto, viniendo ebrio adonde yo estoy y negándose á obedecerme á la primera intimación de que se retirara. Aquí más que en ninguna parte me deben respetar los míos.

El indio frunció el ceño, tomando su fisonomía una expresión en la que me pareció leer: este hombre es audaz.

Yo no calculé el efecto, aunque comprendí que si me dejaba dominar por el borracho me desprestigiaba á los ojos de aquel bárbaro.

Nos quedamos en silencio un largo rato.

Ni él ni yo queríamos hablar.

El murmuró de nuevo: «aquí todos somos iguales ».

Mi contestación fué, viendo que Rufino armaba un alboroto en el fogón de mis asistentes, gritar, fingiéndome furioso, porque había recobrado la serenidad:

—Pónganle una mordaza.

El indio arrugó más la frente. Yo hice lo mismo y permanecimos mudos.

Miguelito nos sacó del abismo de nuestras reflexiones.

Venía á interceder por Rufino, ofreciéndome cuidarle él mismo.

Me pareció oportuno ceder.

—Llévalo—le dije.—¡ Pero cuidado!

Rufino oyó y contestó: no hay cuidado, mi Coronel, y comenzó á dar vivas al coronel Mansilla.

Le hice señas con el dedo que callara, obedeció.

Un momento después oíase en un toldo vecino, en el que había una pulpería, su voz tonante.

Mariano me dijo: