Era imposible resistirle. Más fácil habría sido que una mujer pasara por delante de un espejo sin darse la inefable satisfacción platónica de mirarse.
Abandoné la postura en que me había colocado y permanecido tanto rato, y me acerqué á él.
Me dieron un mate.
Los buenos franciscanos intentaban dormir rendidos por la fatiga del día y de la noche anterior,que quien no está hecho á bragas, las costuras le hacen llagas.
Haciendo uso de la familiaridad y confianza que con ellos tenía, les obligué á levantarse y á que ocuparan un puesto en la rueda del fogón.
Apuramos el asado, desparramamos brasas, lo extendimos y no tardó en estar.
Mientras estuvo nos secamos.
Comimos bien, hicimos camas con alguna dificultad; porque todo estaba anegado y las pilchas muy mojadas y nos acostamos á dormir.
Dormimos perfectamente. ¡Qué bien se duerme en cualquier parte cuando el cuerpo está fatigado!
Si los que esa noche se revolvían en el elástico y mullido lecho agitados por el insomnio, nos hubieran oído roncar en los albardones de Coli—Mula, ¡qué envidia no les hubiéramos dado!
Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas como aseguran los que se dicen civilizados.
La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas.
En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se