Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/32

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que habeis hecho mal, y que la Princesa no debe conocer secretos de nadie.

La Princesa comprendió la advertencia de su aya.

Se puso en pié, hizo una seña á la modista y se dirigió al velador en donde ésta habia dejado la caja de los encajes.

Miéntras ambas jóvenes los examinaban, la Princesa dijo en voz baja:

— Mañana os espero en casa. Creo conocer algunos antecedentes respecto á ese jóven, y tal vez el objeto de su amor. ¿Ireis?

— No faltaré, señora Princesa.

— Llevad la copia de esa carta.

— Está bien, —dijo la modista.— ¡Ah! —repuso como asaltada por una idea.— Vuestro nombre, señora Princesa, ¿es María?

— Si.

— ¡Oh! ¿Seríais vos?..

— ¿El qué?

— El nombre de la amada de M. Miguel es María...

— Id mañana á casa, Madlle. A las diez si os es posible.

Momentos después la Princesa y su aya salían del almacén de modas.


VI.

Aquella noche muchos de los habituales asistentes al teatro de la Opera notaron el aire distraído y preocupado á la vez de la Princesa María Lucko.

En efecto, la hermosa jóven prestaba escasa atención al espectáculo, y respondia por monosílabos á las preguntas que la hacía su padre y los que la visitaron en su palco. Ántes de acabar la representación abandonó el teatro, pretextando una gran jaqueca, y ya en su casa, despidió á su doncella y se encerró en su cuarto.

No se acostó, sino que acercando una silla al lado de su ventana, que daba al jardín, comenzó á mirar hacia afuera por entre los cristales.

Así permaneció algún tiempo sin sentir el frío de la noche, abrasada por sus pensamientos.

De repente rompió á llorar. El recuerdo de Miguel, pobre expatriado, herido por ella, la conmovió en lo más íntimo de su alma.