Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/34

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última idea para disculpar su conducta, que á pesar suyo la escarabajeaba en la conciencia.

Momentos después de las diez, y de haber salido el aya para cumplir con su piadosa costumbre, la doncella de la Princesa anunció á Madlle. Guené.

María la recibió en su habitación.


VII

— Ciertamente, Madlle., —dijo la Princesa haciendo sentar á su lado á la modista— os habéis desmejorado en pocos dias: se os conocen los malos ratos.

Madlle. Guené suspiró.

— ¿Cómo sigue el herido?

— Bien, señora Princesa, ha pasado una noche muy tranquila.

— Deseaba que hablásemos —repuso María bajando los ojos— porque me parece que conozco á ese jóven.

— ¿Le conoceis?

— Si. Creo haberle visto algunas veces en Madrid.

— ¡En España! ¡Oh! Señora Princesa: entónces mis sospechas son fundadas: ese jóven se refiere á vos en su carta.

— ¿Creeis eso, Madlle.

— Ah si, los indicios son claros: la persona á que M. Miguel alude, ha estado en Madrid: es jóven y hermosa como vos, y lleva vuestro mismo nombre.

— ¡Quién sabe! —dijo la Princesa con pudorosa hipocresía.— Hay coincidencias extrañas.

— Creo no equivocarme, señora Princesa —repuso la modista, exhalando un segundo suspiro.— En fin, vais á juzgar por vos misma.

Y sacando del bolsillo de su vestido, una cartera pequeña y de la cartera un papel, le desdobló, presentándosele luego á la Princesa.

— Esto es una copia de la carta de M. Miguel. La he hecho como una especie de antídoto contra el amor que comenzaba á sentir hacia ese jóven.

La Princesa tomó el papel con mano trémula.

— Como ya os he dicho —añadió la modista,— la carta de Mr. Miguel está sin acabar, sin duda por causa de su malhadado