Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/39

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Un vértigo indescriptible se apoderó de mí: el semblante conmovido de María, las luces, la escena, todo se confundió ante mis ojos... Las mil facetas de los diamantes de las señoras se multiplicaron como otras tantas estrellas... y, yo no sé por qué fenómeno psicológico, recordé las caricias de mi madre y todos los más leves acontecimientos de mi niñez...

Al dia siguiente volví á ver á María en el Muelle de los Ingleses, acompañada de su padre. Es imposible que no intervenga ella en la elección de sus carruajes y de sus caballos, porque nada be visto comparable á aquel elegante tren. La severa riqueza de las libreas, lo bien casado de los colores, la belleza del tronco, que conducido por un hábil cochero, arrastraba pausada y aristocráticamente el lando, formaban un perfecto conjunto, en el que he creido adivinar el exquisito gusto de María. Al ver aquel carruaje atravesar elegante y deslumbrador entre tantos otros, eclipsándolos á todos y excitando la general admiración, sentí un movimiento de orgullo y felicidad y goce en el triunfo de la que quisiera ver elevada sobre todo el mundo.

María está hermosa en todas partes. No obstante, la encuentro aquí aún mas bella que jugueteando en el Retiro de Madrid. En esta atmósfera oscura se destaca más la láctea blancura de su tez. Las pieles la sientan admirablemente: hay algo de soberano en su belleza.

No te burles de mí; estoy loco. Mi pobre alma vuela en pos de ilusorios devaneos, de goces que sólo brinda el Cielo al triste corazón que nunca debe alcanzarlos! La felicidad humana tiene un límite; de otro modo el mundo no fuera un valle de lágrimas, y los amántes serian los privilegiados de la tierra. Al hacer estas dolorosas reñexiones, siento accesos de frenética desesperación contra esa potencia caprichosa y cruel que nos hace entrever la dicha, apartándola cada vez más de npsotros. Algunas veees me acuso de cobarde, me propongo acercarme á María, hacerla comprender y participar del amor que me devora; y si me rechaza, si desprecia los tesoros de ternura que encierro en mi corazon, y que ninguno de cuantos la rodean puede ofrecerla... Entónces... ¡Oh! entónces, pienso en la muerte, único asilo del que pierde la esperanza: pero morir tan jóven, abandonar el mundo, donde se pueden gozar tantas delicias, y en el que, por un contraste horrible, son más desgraciados aquellos que mejor comprenden su hermosura.