Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/38

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Trémulo yo de dolor y de deleite, oia embebecido aquella epopeya del corazón humano, realzada por las más encantadoras armonías, pues en esta ópera, Verdi no es sólo el maestro de los estrépitos. La unión de las dos cosas más bellas que conozco, de María y de la música, me hizo gozar éxtasis divinos que me compensaron de todos mis pasados tormentos. Apacentando mis ojos en aquel semblante adorado, no perdia ni una sola nota, ni un solo movimiento, ni una sola queja de aquel drama sin igual. Lágrimas de entusiasmo y de ternura corrieron por mis mejillas al final del acto tercero, cuando un Emperador grande por su clemencia endir el tributo de su admiración á otro Príncipe encerrado en la tumba... Mas luego comienza el último acto, que resume todas las dichas, todos los dolores más inminentes que pueden aquejar á la humanidad. Primero, los alegres rumores de un baile; mágicos sonidos se pierden en el espacio; bulliciosas parejas vagan por todas partes: todo es júbilo, animación y amor... Luego aparecen dos amantes que aquel dia han alcanzado el colmo de sus deseos, embebecidos en su dicha, viviendo el uno en el otro, identificadas sus almas en un mismo sentimiento, gozando con las alegrías presentes y con las que esperan en el porvenir. ¡Qué fuego, qué arrebatadora ternura brillan en los ojos de él! ¡Qué púdica gracia, cuánto abandono hay en las caricias de ella! Los ángeles envidiarían su ventura, si toda felicidad no emanase del Cielo,

Mas súbito, un sonido lúgubre hiende el espacio: los dos esposos se estremecen, el uno de espanto, la otra de admiración, al oir aquel acento funeral que turba los rumores de la fiesta; la terrible llamada se repite; y por último, el genio de la venganza y del dolor aparece como un remordimiento en medio de agradables ideas: viene á reclamar el cumplimiento de una promesa, fulminando una sentencia más terrible que la del dedo divino en el festin de Baltasar.

¿Qué voz, qué palabras podrían expresar el horrible atractivo de aquella escena? ¿Qué dolor puede compararse al de aquellos amantes, tan dichosos un momento ántes, que rodeados de cuanto embellece la existencia, hermosos, jóvenes, nobles, llenos de prestigios y de riqueza, separados por algunas horas solamente de los goces inefables que esperan hace tanto tiempo, tienen que renunciar á la esperanza, á la felicidad, y mueren cuando la vida comenzaba para ellos y en medio de los tormentos de la desesperación.