Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/8

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Probablemente ambos pensaban estos ó parecidos monólogos:

Él. ¡Qué linda es! En mi vida he visto criatura más preciosa; pero mi amor es una locura, la fortuna y la posición social nos separan. Además es extranjera, y el mejor dia volverá á su pais; debo, pues, desechar un sueño irrealizable.

Ella. Ciertamente es guapo, simpático; pero desgraciadamente parece pobre y oscuro. ¿Qué adelanto con alentar su esperanza?


VI.

Una tarde, la Princesa, acompañada de su padre, paseaba en carretela por la Fuente Castellana.

Al lado de su carruaje, un jóven agregado á la Embajada de Francia, cabalgaba en una magnífica yegua inglesa de ilustre genealogía.

La Princesa que hablaba con el ginete y sonreía, enmudeció de repente, se puso séria, y aun puede asegurarse que palideció un tanto.

Sin embargo nada, al parecer, motivaba esta trasformacion: los carruajes seguían marchando en hilera, y los ginetes se cruzaban en opuestas direcciones.

Uno de estos alcanzó á la carretela de la Princesa, la miró al pasar y siguió adelante, al paso de su caballo.

Al ver á aquel caballero que la miraba, la Princesa quedóse sorprendida; porque en él reconoció al jóven del Retiro, á quien no esperaba encontrar en aquel sitio, y sobre todo á caballo.

Repuesta ya de su sorpresa, escudriñó al ginete con esa mirada rápidamente analítica peculiar á la mujer. El traje del lector del Retiro no habia cambiado: el mismo sombrero en decadencia, la misma levita dudosa, el mismo aspecto de caballero pobre de siempre. En cuanto al caballo que montaba, tenia buena estampa, pero de tordo oscuro debia haber pasado á tordo claro, síntoma infalible de edad provecta.

— ¿Conoce V. á ese jóven del caballo tordo que va ahí delante?— preguntó la Princesa al caballero que cabalgaba á su portezuela.

El diplomático miró á la persona designada.