Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/9

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— Nó, —contestó después de un ligero exámen,— no creo haberle visto nunca.

— Monta bien.

— Efectivamente no cae mal; pero el caballo pronto debe retirarse á los inválidos.

Durante el resto de la tarde, la Princesa no volvió á ver al jóven...

A la mañana siguiente fué, como siempre, al Retiro y halló al desconocido ocupando el mismo banco que de costumbre.

Trascurrieron dos dias.

Al tercero, después del encuentro en la Fuente Castellana, la Princesa y el jóven lector ocupaban en la calle de árboles sus posiciones respectivas.

Pero aquella mañana, Coraly, la perrita inglesa, estaba muy juguetona y obligaba á su ama á dar alguna que otra carrera. Habia llovido al amanecer, el suelo estaba algo húmedo y la arena en algunos sitios removida.

En una ocasión, la perrita perseguida por la Princesa, quiso atravesar por un claro abierto en un vallado de boj, que crece entre la hilera de árboles más próximos al Parterre.

Esta se inclinó para coger al animal, ántes de que pudiese conseguir su intento, y como en aquel sitio el terreno forma el declive de un arroyo, sin agua á la sazón, pero resbaladizo, se la fué un pié y cayó al suelo dando un grito de dolor.

Al oir este grito, al que siguieron ahogados lamentos, el jóven desconocido corrió inmediatamente al lado de la Princesa, y momentos después el aya de ésta.

Pusiéronla en pié, y viendo que no podia andar, tomóla aquel en brazos y la trasladó al banco más cercano.

La Princesa se quejaba cada vez más: el aya estaba azorada y el jóven aturdido.

Llevóse aquella la mano al pié izquierdo que se iba hinchando por momentos.

El aya la descalzó, exclamando:

— ¡Pronto un médico, el coche! que venga el coche, ha quedado en la plaza....

La pobre mujer no sabia darse cuenta de lo que hacia ni decia.

Afortunadamente el aya hablaba en francés y el jóven pudo entenderla.