Página:Una traducción del Quijote (3).djvu/16

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haber nacido español para saborearle. Yo le he leído, no una vez sola, y aunque ininteligente, y veladas sus bellezas de estilo y de gracia por lo incompleto de la versión francesa, he llegado á comprender el colosal pensamiento de su concepción. Quizá, y exceptuando la figura del Cristo, la inteligencia humana no ha podido crear otra tan admirable.

— Esa es mi misma opinión, señor.

— Ya sé que las grandes obras del entendimiento son en general intraductibles, y que hasta la idea se tergiversa al ser emitida en distinto idioma; pero existen en las lenguas, aun entre las más opuestas, extrañas afinidades, y esto tengo entendido sucede entre la española y la rusa.

— Así es, señor, según lo poco que he podido deducir de mis escasos conocimientos en la última.

— Sois muy modesto, caballero. A propósito os estoy hablando en mi idioma, y ciertamente me admira la rara perfección con que en él os expresais.

— ¡Señor!

— He sabido además que os ocupais en trabajos literarios, y aprovechando la rara ocasión que se me presenta, de hallar una persona inteligente que posea ambos idiomas, deseo me hagáis una versión rusa del precioso libro español.

— ¡Ah!

— Si, caballero. Al daros este encargo, no sólo satisfago un deseo particular mio, sino que además cumplo con un deber respecto á la pátria literatura. En nuestras bibliotecas, y en la mia Imperial, existen algunas ediciones del Quijote, españolas y francesas, que no alcanzan á popularizar su lectura, como es mi intención.

— Pero, señor, —observó Miguel en el colmo de la sorpresa;— yo no me creo con los conocimientos suficientes á lograr tamaña empresa.

— Intentadlo, caballero, y estoy seguro del éxito. Haceos ayudar, si es necesario, por algunos de nuestros escritores, no perdoneis medio ni escatimeis gasto alguno. Ved que son un empeño y un deber mios.

Miguel titubeó un momento. Por una parte le arredraban las dificultades de aquel encargo, y mucho más en el estado de inquietud de su espíritu; mas, por otra, la cortés insistencia del Emperador, la idea de que éste, recompensando su trabajo, le