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Cuando tengo algún tiempo libre. No faltan aquí libros: sólo Isabel Sergueievna tiene lo menos mil. Lo malo es que casi todos son novelas.

El bote avanzaba tranquilamente río arriba.

Las orillas se deslizaban rápidas en dirección contraria. Todo en torno era calma y aroma campestre. Hipólito Sergueievich miró a Varenka, cuya cara se hallaba vuelta hacia el recio remero, que, al par que hería con los remos la tersura del agua, hablaba de literatura, contento de ser escuchado por un sabio. Los ojos de Macha, que le contemplaban atentos, reflejaban el cariño y el orgullo.

—No me gusta leer las descripciones del sol naciente o poniente—decía Grigori—, ni de nada de lo que concierne a la Naturaleza; pues lo he visto millares de veces por mis propios ojos. Los bosques y los ríos me los sé de memoria. ¿Qué necesidad tengo de leer sus descripciones? Sin embargo, se habla de estas cosas en casi todos los libros. Me parece completamente inútil: cada uno concibe a su modo la salida del sol, y todo el mundo tiene ojos para verla. Lo interesante es la vida de los hombres. Lee uno y piensa: "¿ Qué harías tú en el lugar de éste o del otro personaje?" Aunque sabe uno que todo es mentira.

¿Qué es lo que es mentira?—preguntó Hipólito Sergueievich.

—Pues lo que se escribe en los libros. Todo es inventado. Por ejemplo, los campesinos... ¿se parecen a los campesinos que se describen en los