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No se burle usted de mí, Varvara Vasilievna protestó Grigori, sonriendo y enseñando sus dientes sólidos.

— En serio, Hipólito Sergueievich, conoce todas las leyes!—insistió Varenka.

—¿De veras, Grigori?—preguntó Hipólito Sergueievich.

—La señorita bromea. ¿Acaso pueden conocerse todas las leyes? Nadie las conoce todas.

— Ni el que las ha escrito?

—¿El señor Speransky? Murió hace mucho tiempo.

—Lee usted mucho? ¿Qué lee usted?—preguntó Hipólito Sergueievich, contemplando el rostro inteligente del joven, que manejaba hábilmente los remos.

—Sobre todo, las leyes, como dice la señorita—respondió el otro, señalando con sus ojos risueños a Varenka—. Por casualidad cayó en mis manos el volumen X del Código penal... Vi que era una cosa interesante y útil, y me puse a estudiarlo. Ahora estoy leyendo el volumen I. El primer artículo dice: "Nadie tiene derecho a alegar la ignorancia de las leyes"; pero yo creo que nadie las conoce. Además, no es preciso, ni mucho menos, conocerlas todas... El maestro de escuela me ha prometido procurarme la colección de las que se refieren a los campesinos, que debe de ser muy interesante.

—¿Ve usted?—dijo triunfante Varenka.

—Lee usted mucho, pues?