larga estela que brillaba al sol como si fuera de plata. Se veía reír a Grigori, y a Macha amenazarle con el puño.
—Son novios—dijo Varenka sonriendo—. Macha ya le ha pedido a su hermana de usted permiso para casarse con Grigori; pero Isabel Sergueievna no se lo ha dado aún; no el gustan loscriados casados. Pero en otoño, Grigori terminará aquí su servicio y se llevará a Macha. Son buenas personas los dos. Grigori me ruega que le dé en arrendamiento un poquito de tierra... diez o doce hectáreas; pero mientras papá viva no puedo complacerle. Lo siento. Sé que me pagaría con puntualidad. Sabe hacerlo todo: es herrero, cerrajero y segundo cochero, ahora, de su hermana de usted... Kokovich, el jefe del distrito, uno de mis enamorados, pretende que Grigori es un hombre peligroso, que no respeta a las autoridades.
—¿Es polaco ese Kokovich?
—No lo sé; quizá sea tártaro... Tiene una lengua muy gruesa y muy larga, que no le cabe en la boca, y con ese motivo pronuncia de un modo terrible... ¡Dios mío, cuanto barro!
Les interceptaba el camino un charco cubierto de musgo y rodeado de un barro pegajoso.
Hipólito Sergueievich lo miró y dijo:
—Hay que bordearlo.
—¿Para qué? ¿No puede usted saltarlo?—preguntó Varenka con indignación—. Para bordear este charco necesitaríamos mucho tiempo... ¡Vea si puede saltar! ¡Mire qué fácil es! Una, dos...