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posible que no haya entre ellos uno solo que... le haya parecido a usted más o menos interesante?

No lo hay! En general, hay muy pocos hombres interesantes sobre la tierra. Todos son blandengues, sin temperamento ni carácter, antipáticos.

El se sonrió y dijo, con una ironía incomprensible para él mismo:

—Es usted todavía demasiado joven para afirmar cosas semejantes. Espere un poco aún: ya encontrará un hombre que la satisfará... que la interesará...

—¿Y quién será ese hombre?—preguntó ella bruscamente, parándose.

—Su futuro de usted.

—¿Pero quién es?

—¿Cómo puedo saberlo yo?—preguntó, encogiéndose de hombros y con visible enojo, Hipólito Sergueievich.

Entonces, ¿ para qué hablar de eso?—dijo la muchacha suspirando y echando a andar de nuevo.

Caminaba por entre la maleza, que les llegaba hasta cerca de los hombros.

La senda la surcaba, semejante a una larga cinta perdida, formando caprichosas curvas. No tardaron en encontrarse ante un espeso bosque.

—¿Se casaría usted?—preguntó él.

—No sé... No pienso en eso—respondió ella con sencillez.

La mirada de sus bellos ojos era en aquel mo-