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—¿El? Era un... ladrón de caballos... Hace tres años que le vi... Yo tenía entonces diez y siete..le prendieron, le pegaron cruelmente y le llevaron ante nuestra casa. Tendido, fuertemente atado me miraba en silencio... Yo estaba de pie en la escalinata, a unos cuantos pasos de él. Recuerdo que la mañana era hermosísima y que todos dormían aún en casa...

Varenka calló, reuniendo sus recuerdos.

—Bajo él—continuó—había un charco de sangre, en el que seguían cayendo de sus heridas algunas gotas. Se llamaba Sachka Remesov. Unos "mujiks" se arremolinaron a su alrededor, gruñendo como perros. Todos le miraban con ojos de odio; pero él los miraba muy tranquilo. Se veía que, apaleado y atado, se consideraba superior a ellos. ¡Había que ver la mirada de sus grandes ojos claros! Yo le tenía lástima, y al mismo tiempo, miedo... Entré en casa y le escancié un gran vaso de "vodka". Salí y se lo ofrecí; pero, como estaba maniatado, no pudo cogerlo. Y levantando un poco la cabeza ensangrentada, me dijo: "Acérqueme el vaso a la boca, señorita." Se lo acerqué, bebió muy lentamente y me dijo: "Gracias, señorita, y que Dios la haga a usted feliz!" Yo le dije muy quedo: "Vea si puede huir!" Y él me respondió en alta voz: "Si estoy vivo, huiré; esté usted segura!" Me gustó muchísimo que dijese aquello en voz alta, de modo que le oyesen todos los "mujiks". Después me rogó: "Señorita, mande usted que me laven la cara." Se lo