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tamos unidos por una amistad de toda la vida, lo que no impide que riñamos a cada momento.

Pasa aquí todos los veranos. Quiere vender su finca e instalarse aquí hasta el fin de mis días.

Yo la aprecio; pero... tiene gracia ¿verdad? Era una mujer toda fuego, y el fuego la ha consumido por completo. Hay que ser prudente con el fuego... Se pone furiosa cuando empiezo a contar este episodio poético de su vida, como dice ella.

"¡No toques—me grita—con tu sucia lengua los secretos sagrados de mi corazón!"; y, en resumidas cuentas, no hay nada de sagrado en esta historia... Una ilusión de muchacha, sueños de cole.giala... La vida es sencilla y brutal: Goza mientras tengas fuerzas, y muérete a tiempo: ésa es toda la filosofía humana. Sobre todo, hay que saber morirse a tiempo. Yo no he sabido hacerlo... Es una desgracia, y le aconsejo a usted que no siga mi ejemplo.

Hipólito Sergueievich sentía una especie de mareo oyendo charlar al coronel y respirando sus efluvios. Varenka no le hacía caso, y hablaba quedamente con Isabel Sergueievna, que la escuchaba con atención y gravedad.

—Cuando quieran ustedes tomar el té..—dijo, a la puerta, con su opaca voz, la tía Luchitsky—.

¡Varvara, lleva a tu padre!

Hipólito Sergueievich lanzó un suspiro de alivio y siguió a Varenka, que empujaba sin dificultad el pesado sillón.

El té estaba servido a la inglesa, con una por-