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Y desapareció.

Dió él un paso tras ella; pero se detuvo y se apoyó en el quicio de la puerta, anheloso de su presencia.

Momentos después oyó roncar al coronel y vió al viejo dormido, con la cabeza inclinada sobreun hombro. Oíanse tras las ventanas los gemidos del viento y el llanto de la lluvia. A Hipólito Sergueievich le pareció que era su propio corazón quien lloraba y gemía, y se llenó de cólera.

—¿Estás jugando conmigo?—dijo con los dientes apretados y tono de amenaza, mirando hacia el lado por donde Varenka había desaparecido.

Le ardía el corazón y sentía en las piernas y en la cabeza como agujas de hielo.

Riendo alegremente, entraron en el salón las tres señoras. Hipólito Sergueievich hizo un esfuerzo para calmarse. La tía Luchitsky reía de tal modo que parecía que en su pecho estallaba algo. Una sonrisa maligna animaba el rostro de Varenka. Isabel Sergueievna reía de una manera suave, con cierta reserva.

"Se reirán de mí?"—pensó el catedrático.

Varenka propuso jugar a las cartas; pero su proposición no fué aceptada, lo que le permitió a Hipólito Sergueievich retirarse, alegando una indisposición, a su cuarto.

Cuando se dirigía a la puerta, sintió en su espalda las miradas de tres pares de ojos y adi-