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Saltó de la cama, corrió a la puerta de la liabitación y la abrió. Luego volvió a acostarse, sonriendo, empezó a mirar a la puerta, pensando llen de esperanza:

"Sucede... sucede algunas veces"...

Había leído en una novela cómo había sucedido una vez: ella entró, a media noche, en el cuarto del protagonista y se entregó a él, sin perder nada, sin exigir nada, por sencillo desco. Había algo en Varenka que recordaba a la heroína de aquella novela, y él la consideraba capaz de hacer lo mismo. La exclamación que había lanza lo: "¡Jesús! ¡Es usted terrible!", contenía quizá una promesa que él no había comprendido.

Y tal vez no tardase en entrar, vestida de blanco, trémula de deseo y de vergüenza...

Se levantó una porción de veces, sintiendo una impresión de frío en su cuerpo calenturiento y pretendiendo oir algo más, en el silencio de la noche, que el ruido de la lluvia; pero no percibía el ruido de los pasos deseados.

"¿Cómo entrará?"—se preguntaba.

Y se la figuraba en el umbral de la puerta, en una actitud orgullosa; pues le entregaría con orgullo el tesoro de su belleza, un regalo de reina. O se detendría, quizás, ante él, con la cabeza baja, vergonzosa, confusa, tímida, llenos de lágrimas los ojos? ¿O tal vez entraría riendo suavemente y le diría que era sabedora, hacía tiempo, de sus cuitas, y que había fingido igno-