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rarlas para atormentarle un poco y saborearlas mejor?

En este estado de espíritu, harto cercano a la locura, imaginándose cuadros sensuales, más excitado a cada instante, no se daba cuenta de que había cesado la lluvia y de que las estrellas que habían aparecido en el cielo le miraban por la ventana. Seguía esperando oir los pasos de mujer, heraldos de su dicha; pero tales pasos no sonaban en el silencio de la noche. A veces, la esperanza de abrazar a la joven se apagaba en él un momento. Hipólito Sergueievich, entonces, se reprochaba aquel estado de alma indigno de él, vergonzoso, enfermizo. Para justificarse, decíase que la vida interior del hombre es demasiado complicada y variable y no se puede mantener siempre en equilibrio; que todos los hombres están condenados a caer, tarde o temprano, en un abismo, y que, por una amarga ironía del instinto, las personas prudentes, ponderadas, caen más hondo y se hacen más daño.

Siguió así hasta el amanecer, atormentado por sus deseos apasionados. Hasta después de salir el sol no oyó pasos. Incorporóse bruscamente, temblando febril, inflamados los ojos, y esperó..

Sentía que si ella llegaba, ni siquiera tendría fuerzas para dirigirle una palabra de agradecimento.

Los pasos seguían acercándose, lentos y pesados...

Y un instante después la puerta se abrió. Hipó