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yo he venido a trabajar y no a hacer tonterías.

No tardará en comprenderlo"...

"Parece que pienso demasiado en ella... Por lo menos, pienso demasiado para no haberla visto más que una vez"—se dijo de pronto.

Tras la arboleda se elevaba el disco enorme, escarlata, de la luna. Sondeaba las tiniebla:

como el ojo de un monstruo, parido por la noche negra. Llegaban de la aldea ruidos vagos.

Bajo la ventana, en la hierba, se oía de vez en cuando un leve roce: probablemente un topo o un erizo salían a cazar. Cantaba un ruiseñor.

La luna caminaba lenta cielo arriba, como si tuviera conciencia de lo fatal de su carrera y estuviese atrozmente cansada.

Hipólito Sergueievich tiró por la ventana el cigarrillo apagado, se levantó, se desnudó y apagó la lámpara. Las tinieblas invadieron la estancia.

Los árboles parecieron aproximarse a las ventanas para curiosear. Dos cintas de luz lunar, pálide todavía, aparecieron en el suelo.

Los muelles del sofá lanzaron un gemido bajo el peso del catedrático, que estiró las piernas, al halago de la frescura de las sábanas, y se quedó inmóvil boca arriba. Pronto estuvo medio dormido, y, al través de su somnolencia, oyó unos leves pasos bajo la ventana y una voz muy queda que decía:

—María... estás ahí?

Y sonriendo, acabó de dormirse.

Por la mañana le despertó la viva luz del sol